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Altagracia Salazar
La indignación nacional por el caso SENASA ha puesto al gobierno de Luis Abinader frente a una prueba incómoda: reconocer que aquí no se trata de un simple “error administrativo”, sino de un robo de los grandes, de esos que deberían llamarse por su nombre.
Porque no fue dinero abstracto lo que se llevaron, sino el derecho a la salud de los más pobres. Pero pedir un mea culpa parece ser más difícil que pedirle paciencia a un enfermo sin medicamentos.
En un país donde la inversión pública en salud es raquítica y la clase media se desangra pagando de su bolsillo, a alguien se le ocurrió que la ARS pública podía funcionar como piñata. Y como quedarse con una parte parecía poco, decidieron ir por más: menos servicios, menos acceso a medicamentos y, de paso, facturar lo que nunca se hizo. Total, ¿quién iba a notar la diferencia entre una consulta fantasma y un paciente real?
El escándalo ha animado a la corruptela profesional, la ha llenado de entusiasmo. Se han montado felices en la vieja guagua del “todos roban”, ese vehículo destartalado que siempre aparece cuando a alguien lo agarran con las manos en la masa. Acompañados por una ofensiva de opinadores y bien aceitados ejércitos de bots, intentan reciclar el libreto conocido: el problema no es el robo, sino quien lo investiga. Es el mismo guión que se usó contra Miriam Germán cuando decidió que la corrupción del pasado no merecía indulgencia.
Conviene decirlo claro: la indignación no es contra jueces, ni contra tecnicismos legales, ni contra el método del Ministerio Público. Es contra los ladrones. Pretender ahogar el caso en horas de cháchara busca una sola cosa: cansar, relativizar y empujar a la resignación. Y a eso es precisamente a lo que no hay que ceder.
Por eso hay que prender el corruptómetro sin miedo. Porque quien roba suele creer que todos roban, y quien vive del botín necesita convencerse de que nadie es distinto. En buen castellano: el ladrón juzga por su condición. El problema es que algunos ya llenaron su balanza de piedras y ahora quieren pesar la moral ajena con ella.



















